sábado, 8 de mayo de 2010

En esa mañana de abril de 1625 se sentìa un ambiente especial de quienes venìan del molino blanco, en Meung. La razòn era la presencia de un joven, con facciones especiales, como las de un hombre de un lugar importante o de alguna localidad especial, que habìa llegado montando un caballo como èl (especial) pero especial por ser diferente y no por ser fino, o bonito, o yo que se.
El joven, llamado Artagnan sabìa que su aspecto era ridìculo y por ello no era raro para èl que le recibieran mal en ese pueblo.
Fuè para èl, màs importante que cualquier otra cosa las palabras de su padre en la despedida:
Hijo mìo, si, tal como mereces por tu noble linaje, algùn dìa tienes el honor de presentarte en la Corte, conserva la dignidad de tu apellido, que tus antepasados llevaron con gloria para y tus descendientes. N o aguantes nada a nadie, excepto al rey y al cardenal. El hombre solo consigue mejorar gracias al valor. No huyas de los peligros ni de las aventuras, ya que para ello te hice aprender el manejo de la espada. Tienes que demostrar tu temple de acero y tu puño de hierro. Hijo mìo, aparte de estos consejos te doi quince escudos, mi caballo, y una carta de recomendaciòn para mi buen amigo, el señor de treville, capitan de mosqueteros, jefe de una legiòn de cèsares. Ve y muestra cordura y llegaras tan alto como èl.

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